La carta
Entró en casa, dejó las llaves sobre la mesa y colgó en la silla el abrigo. Cruzó el pasillo hasta el salón y acarició el lomo de su gato.
Cogió una copa y la lleno de áquel ponche que reservaba sólo para ocasiones especiales.
Después, como si de pronto recordara, se giró y caminó hacia el bufet que separaba el salón del resto del apartamento. Tomó la carta de nuevo, y lentamente, mientras crugía el papel en sus manos, la abrió hasta encontrar lo que había ido a buscar con la compañía de su copa.
Veinte minutos después, con su cazadora de cuero, el casco en la mano y las llaves de la moto, se dirigió a las escaleras una vez más, eludiendo su ritual nocturno frente al televisor.
El Paseo de Gracia estaba precioso por las noches. Las luces de la Pedrera, el Boulevard Rosa, la Casa Batlló con aquellos mosaicos en las paredes. Los reflejos de las luces de las farolas de la Plaza Catalunya, poblada a aquellas horas de una auténtica barabunda de razas, etnias y colores.
Por fin, se detuvo frente al Triangle, en uno de aquellos parkings atestados de scooters.
Cogió una copa y la lleno de áquel ponche que reservaba sólo para ocasiones especiales.
Sonaban los Beattles.
Después, como si de pronto recordara, se giró y caminó hacia el bufet que separaba el salón del resto del apartamento. Tomó la carta de nuevo, y lentamente, mientras crugía el papel en sus manos, la abrió hasta encontrar lo que había ido a buscar con la compañía de su copa.
Se mantuvo así, con la mirada fija en aquel laberinto de palabras, durante un instante interminable, con la carta en una mano y la copa de ponche en la otra, mientras saboreaba aquel texto de una forma más intensa que el líquido encerrado en aquel cristal de bohemia. Y al final, una especie de sonrisa, a la vez de satisfacción y de tristeza rompió aquel recuerdo que había compartido con él mismo.
Veinte minutos después, con su cazadora de cuero, el casco en la mano y las llaves de la moto, se dirigió a las escaleras una vez más, eludiendo su ritual nocturno frente al televisor.
El Paseo de Gracia estaba precioso por las noches. Las luces de la Pedrera, el Boulevard Rosa, la Casa Batlló con aquellos mosaicos en las paredes. Los reflejos de las luces de las farolas de la Plaza Catalunya, poblada a aquellas horas de una auténtica barabunda de razas, etnias y colores.
Por fin, se detuvo frente al Triangle, en uno de aquellos parkings atestados de scooters.
Y mientras se desabrochaba la chaqueta, la vió sentada en la terraza del Zurich, de espaldas, frente a una Moritz, como siempre.
Y una sonrisa a la vez de satisfacción y de tristeza le delvolvió a la mujer que había perdido hacía tanto tiempo...
7 comentarios
sabelilla -
Saludosssss
rosebud -
najwa -
Ya no hablamos, probablemente no tengamos nada que decirnos.
A veces me quedo embobada mirando su muñequito verde en el msn...
¿Y si lo viera cualquier día sentado en la terraza del Zurich después de leer sus cartas?
Besitos!!!
monocamy -
Ríete de las latas de conserva.
;)
mox -
Y una carta...
Me ha encantado.
Noa- -
Saludos
chocoadicta -